Etiquetas
Al final del artículo anterior habíamos dejado a la veintena de aviones participantes en la carrera McRobertson poco después de levantar las ruedas del suelo. Los competidores en la prueba tenían que aterrizar en Bagdad, primero de los puntos de control, pero la ruta hasta llegar allí no tenía por qué ser directa. Para los Mollison y su Black Magic, sin embargo, no había ninguna necesidad de hacer escalas y su Comet negro, que había sido el primero en despegar de Mildenhall, fue también el primero en aterrizar en Bagdad sin haber hecho ninguna parada previa. Los Mollison tuvieron tiempo de darse un baño y atender a la prensa antes de reanudar su viaje rumbo a Karachi. También los otros dos Comet fueron capaces de alcanzar Bagdad en el primer día, lo que resulta lógico en aparatos creados para aquella competición.
Quizás más sorprendente fue el excelente resultado de los aparatos comerciales. El DC-2 de KLM, bautizado como Uiver (cigüeña en holandés) llegó a Bagdad apenas 4 horas después del Black Magic, a pesar de haber hecho escalas técnicas en Roma, Atenas y Alepo y no sólo eso: como hacían notar los periodistas, sus pasajeros estaban frescos como una rosa, en contraste con el agotamiento que habían mostrado los Mollison. El B-247 de Roscoe Turner y Clyde Pagborn también alcanzaba Bagdad en el primer día. Otros no tuvieron tanta suerte: el Gee Bee de Jacqueline Cochran y Wesley Smith, por ejemplo, tuvo que abandonar casi en seguida al resultar el avión dañado durante un aterrizaje en Bucarest. Nada que no estuviera previsto… en Londres la casa Lloyd había calculado que las probabilidades de morir durante la carrera eran de una entre doce.
Ya en el segundo día de la carrera, todo parecía sonreír a los Mollison mientras se preparaban para despegar de Karachi. Además de seguir en cabeza habían batido un nuevo récord en el trayecto Londres-Karachi, pero su suerte estaba a punto de terminarse por culpa del mal tiempo, que les hizo extraviarse sobre la India y hacer su siguiente parada, no en Allahabad como estaba previsto, sino en Jabalpur. El desvío no habría tenido mayores consecuencias de no ser porque en Jabalpur no había combustible de aviación. Los Mollison sólo podían escoger entre el abandono o arriesgarse a seguir hasta Allahabad con gasolina convencional. Por supuesto, intentaron seguir adelante, pero uno de los motores no resistió el uso de combustible de bajo octanaje y el Black Magic se vio forzado a retirarse de la competición. El primer puesto pasó así a otro Comet, el Grosvenor House, que después de volar sin escalas entre Bagdad y Allahabad, continuaba su ruta para alcanzar Singapur antes de que terminara el día.
La retirada del Black Magic dejaba al DC-2 de KLM en segunda posición, a pesar de las diversas escalas que tenía que realizar. Le seguía de cerca el B-247, que también alcanzó Allahabad aquel día, después de llevar la angustia a los millones de personas que en todo el mundo seguían la carrera por la radio, puesto que el contacto con el aparato se había perdido por completo y sólo su llegada por sorpresa al punto de control tranquilizó a los aficionados. Por desgracia la sombra de la tragedia no se disipaba, sino que se limitaba a cambiar de aeronave: en aquel segundo día el Fairey Fox de Gilman y Baines se estrellaba en Roma, en donde intentaba aterrizar tras haber pasado la primera noche en Marsella. Sus dos ocupantes murieron en el accidente.
La carrera, no obstante, debía proseguir, aunque las posiciones ya no sufrirían variaciones significativas. El Grosvenor House encontraría problemas de motor que lo retrasarían en la parte australiana de su vuelo, pero no impedirían su victoria. Exactamente 71 horas después de despegar de Londres el Comet escarlata aterrizaba en Melbourne pulverizando el récord anterior. Sin embargo, aún estaba por llegar uno de los momentos más dramáticos de la competición, el que protagonizarían a partes iguales el DC-2 Uiver y los habitantes de la localidad de Albury en una noche tormentosa.
Los vencedores, T. Campbell Black y C.W.A. Scott. (Foto: State Library Victoria)
Poco después de despegar de Charleville, último punto de control antes de la meta, el Uiver perdió contacto por radio. ¿Se repetiría la historia del B-247 en Allahabad? La respuesta debería llegar media hora después de medianoche, puesto que a esa hora estaba previsto el aterrizaje en Melbourne, pero el fallo de comunicaciones unido a una fuerte tormenta hacían temer lo peor. Habían ya pasado las once y media de la noche cuando en una pequeña ciudad llamada Albury, a 260 Km de Melbourne, se oyó el ruido de los motores de un avión. Con aquel tiempo sólo podía tratarse de alguno de aquellos locos que se dirigían a la línea de meta en Melbourne. Lo extraordinario vino cuando media hora después se volvió a oír el mismo sonido: el avión estaba claramente dando vueltas sobre las nubes. ¿Qué estaba pasando?
La respuesta la obtuvo un periodista local que se puso en contacto con los organizadores de la carrera en Melbourne y supo que no había noticias del Uiver. La cosa estaba clara: el avión que sobrevolaba Albury era el DC-2, que se había desviado de su ruta y no lograba contactar con nadie. Había que ayudarle y para eso se improvisó uno de los planes de rescate más extraordinarios que se hayan preparado jamás. Lo primero era comunicar al avión la posición en la que se encontraba y para ello se codificó en Morse el nombre de la ciudad y se conectó y desconectó el alumbrado público siguiendo el patrón correspondiente: un punto y una raya para la A, un punto una raya y dos puntos para la L, una raya y tres puntos para la B… y así hasta completar con las luces de la ciudad la palabra A-L-B-U-R-Y. El comandante Parmentier, al mando del Uiver, pudo ver las luces, pero descifrar la palabra con turbulencia severa era harina de otro costal. Al menos ahora sabían que alguien estaba intentando ayudarles, pero seguía siendo de noche, la visibilidad era escasa y no tenían ni idea de dónde aterrizar. Afortunadamente, en la pequeña ciudad australiana ya se estaban ocupando de resolver ese problema.
Ya no quedaba nadie en Albury que no supiera el apuro al que se enfrentaba el DC-2 holandés. Los que no lo habían deducido al oír sus motores se habían enterado cuando las luces de la ciudad empezaron a parpadear en Morse o cuando, como millones de personas en todo el mundo, estaban escuchando las últimas noticias sobre la carrera aérea. En este último caso escucharon una extraña petición por parte del locutor de la emisora local: se rogaba a todo aquél que dispusiera de un vehículo que se dirigiera al hipódromo y se colocara de tal forma que los faros iluminaran la pista. No fueron pocos los que respondieron y gracias a aquel improvisado balizamiento, Parmentier pudo iniciar la aproximación hacia una pista enfangada y demasiado corta, pero perfectamente iluminada.
50 años después, en 1984 un programa de televisión conmemorativo de los hechos entrevistaba a una vecina de Albury, la señora Schubert, que rememoraba aquella noche en que siendo una adolescente acompañó a su padre y a su hermano para ayudar en la iluminación de la improvisada pista. La mujer evocó el entusiasmo de los vecinos cuando el avión tocó tierra y se detuvo; un momento después se abría la puerta y se asomaba un tripulante que, tras mirar en derredor preguntó: ¿es esto Melbourne?
Lo cierto es que el Uiver y sus ocupantes se habían salvado de milagro: la improvisada pista era demasiado corta y de no ser por la acumulación de barro debido a la lluvia, el avión no habría podido frenar a tiempo. Pero aquel mismo barro iba a complicar las cosas a la hora de despegar de nuevo. De entrada había que aligerar el peso del DC-2, por lo que los pasajeros, el equipaje, el correo y dos de los tripulantes (el operador de radio y el mecánico) se quedarían en tierra. Solamente el comandante de la nave, Parmentier, y el copiloto, Moll, seguirían viaje. Pero todavía quedaba el problema de liberar el avión de la trampa de lodo. La solución la aportaron de nuevo los habitantes de Albury, que se congregaron por centenares y, tirando de unas sogas, lograron colocar al DC-2 en posición de despegue. Pocas horas después, el Uiver aterrizaba en Melbourne con un tiempo de 90 horas y 13 minutos, conquistando la segunda posición de la competición absoluta.
Los habitantes de Albury rescatando al Uiver del barro (foto Wikipedia)
Las normas de la carrera impedían que una misma aeronave se hiciera con dos premios y por eso el Grosvenor House, que había ganado tanto la prueba de velocidad como la hándicap recibió únicamente el primer premio de la prueba absoluta, mientras que el Uiver reclamó el primer premio en hándicap. El segundo premio de la competición absoluta, pese a llegar tercero, fue por tanto para el B-247 de Roscoe Turner, que aterrizó poco después del Uiver con un tiempo total de 92 horas y 55 minutos. El siguiente en llegar sería el Comet verde, ya más retrasado con un tiempo de 108 horas y 13 minutos.
En total fueron nueve los aviones que lograron llegar en menos de 16 días, obteniendo así el derecho a recibir una de las medallas. El último de ellos fue también un De Havilland, pero en este caso se trataba de un Dragon Rapide que aterrizó el 3 de noviembre. Otros dos aviones llegarían fuera de tiempo, el 20 y el 24 de noviembre. La anécdota final fue para el Fairey Fox de los australianos Parer y Hemsworth, que habían abandonado la carrera en París, pero finalmente continuaron el viaje hasta llegar a Melbourne el 13 de febrero del año siguiente.
La gran carrera había traído todo lo que se esperaba de ella: millones de personas habían seguido los acontecimientos en todo el mundo, se habían emocionado con las peripecias del matrimonio Mollison, habían conocido la angustia por la incertidumbre de la momentánea desaparición del B-247, el dolor por la muerte de dos participantes, el desánimo por el abandono de varios competidores debido a accidentes o problemas mecánicos y la preocupación seguida de euforia por el rescate in extremis del Uiver. Sólo el mejor guionista del mundo del cine habría podido escribir una historia semejante.
La carrera trajo algo más: el primer puesto había ido a parar a un avión preparado específicamente para competir en ella, pero el segundo y el tercer lugar lo habían logrado aviones desarrollados para el vuelo de pasajeros, imponiéndose incluso a los otros dos Comet. Era una demostración de que la aviación había cambiado y de que el mundo estaba cambiando con ella y a causa de ella. La heroica era de los pioneros estaba dejando paso a una época que, aunque más anodina, había sido la meta de todos los aviadores desde los hermanos Wright: la aviación estaba llegando a la madurez.
Pero la historia de la carrera McRobertson no estaría completa sin una ojeada al destino de los principales protagonistas, sean hombres o máquinas. Puedo anticipar que en general son historias más agrias que dulces, pero este artículo es ya bastante largo. El desenlace quedará para la próxima entrega.